El 19 de septiembre de 1985, a las 7:19 de la mañana, la Ciudad de México fue sacudida por un devastador terremoto de magnitud 8.1. En un lapso de un minuto y medio, la normalidad se desvaneció, dejando a su paso un rastro de destrucción que arrasó con edificios, vidas y la confianza de la población en sus instituciones. Este evento no solo marcó un antes y un después en la historia de la capital mexicana, sino que también dejó una herida profunda en la memoria colectiva de sus habitantes. A medida que los días pasaban, la ciudad se convirtió en un escenario de dolor, pero también de resistencia y creatividad. La historiadora del arte Dina Comisarenco describe este fenómeno como el inicio de un «trauma cultural», un impacto que transformó la identidad de la comunidad y que encontró en el arte un medio para procesar el sufrimiento y la pérdida.
La respuesta de la sociedad civil fue inmediata. En medio de la tragedia, surgieron espacios de encuentro y creación artística que permitieron a los ciudadanos elaborar su dolor de manera colectiva. Galerías como la de Frida Kahlo de la Unión de Vecinos y Damnificados 19 de Septiembre, así como la galería Benita Galeana, se convirtieron en refugios donde se llevaron a cabo performances, asambleas y actividades de activismo social. En este contexto, el arte no era un lujo, sino una herramienta vital para la sanación y la memoria.
### El Arte como Reflejo del Trauma
Pocos artistas se atrevieron a representar de manera explícita la tragedia del sismo. La herida era demasiado profunda y el riesgo de caer en el sensacionalismo era alto. Sin embargo, murales como «La historia jamás contada» de Ariosto Otero, «Homenaje al rescate» de José Chávez Morado, y «Tlatelolco 1985: Sismo y resurrección» de Nicandro Puente, se convirtieron en símbolos de resistencia y memoria. Estas obras no solo capturaron el dolor, sino que también ofrecieron un espacio de reconocimiento para los sobrevivientes y sus descendientes. Comisarenco señala que la clave de la permanencia de estas obras radica en su capacidad para inscribir el impacto colectivo en símbolos que todos pueden reconocer, transformando así la manera en que las personas se relacionan con su pasado.
Cada mural pintado se convirtió en un relato de resistencia. Los colores, las figuras y las escenas no solo denunciaron lo ocurrido, sino que también ofrecieron un espejo en el que los sobrevivientes podían verse reflejados. Al fijar los rostros de los damnificados y los escombros convertidos en geometrías, los murales aseguraron que la tragedia no quedara sepultada bajo el olvido. La creación artística se convirtió en un acto de memoria y reivindicación, un recordatorio constante de que la ciudad y su gente habían sobrevivido a la devastación.
### Activismo Visual y la Reconstrucción de la Identidad
El terremoto de 1985 abrió un espacio crucial para las artes plásticas en México. La creación pictórica y escultórica, aunque limitada en número, comenzó a articular testimonios de la experiencia traumática, dando nacimiento a un activismo visual que combinaba performance, pintura y crítica social. Comisarenco enfatiza que estas expresiones artísticas fueron esenciales para que la comunidad pudiera elaborar colectivamente su dolor y construir una identidad a partir de la experiencia compartida.
El muralismo posterior al sismo encarna la posibilidad de reconstruirse como comunidad. A través de la labor plástica, los artistas y la comunidad pudieron resignificar el trauma cultural y reafirmar su identidad. Cada mural, cada obra de arte, se convirtió en un testimonio de la resiliencia de la ciudad y su gente. A 40 años del sismo, los muros descascarados que aún resisten son un recordatorio de que la memoria no se borra; se pinta una y otra vez, y con ella, la ciudad sigue contando su historia.
La importancia del arte en la recuperación de la memoria colectiva se manifiesta en la forma en que las nuevas generaciones se relacionan con estos espacios. Los murales no solo son un legado del pasado, sino que también sirven como un puente hacia el futuro, donde la historia se reinterpreta y se reimagina. La creación artística se convierte así en un acto de resistencia, un medio para enfrentar el dolor y la pérdida, y una forma de celebrar la vida y la comunidad.
En este contexto, el arte se transforma en un lenguaje compartido que permite a las personas conectarse con sus emociones y experiencias. La memoria del terremoto de 1985 sigue viva en cada trazo, en cada color, en cada historia que se narra a través de los murales. La ciudad, a través de su arte, continúa sanando sus heridas y reafirmando su identidad, recordando a todos que, a pesar de la devastación, la vida sigue y la comunidad permanece unida.