El 15 de mayo de 2025 marcó el 77 aniversario de la Nakba, un evento que simboliza la tragedia y el sufrimiento del pueblo palestino. Este día conmemora la expulsión forzada de cientos de miles de palestinos de sus hogares por escuadrones sionistas, un acto que resultó en la creación del Estado de Israel. En este contexto, las fuerzas de ocupación israelíes llevaron a cabo una serie de ataques que resultaron en la muerte de al menos 120 palestinos, cifra que se incrementó a 182 al día siguiente. La mayoría de las víctimas eran civiles: mujeres, niños y ancianos, quienes no tenían ninguna relación con el conflicto armado. En contraste, no se reportó ninguna baja entre los civiles israelíes durante este periodo de violencia, lo que plantea serias interrogantes sobre la naturaleza de estos enfrentamientos.
La situación en Gaza es particularmente alarmante. Desde marzo, el régimen de Benjamin Netanyahu ha reanudado los bombardeos y ha impuesto un cerco absoluto a la ayuda humanitaria, lo que ha llevado a una crisis humanitaria sin precedentes. Gaza, aunque se presenta como un territorio autogobernado, está en realidad bajo un control militar estricto, donde los dos millones de gazatíes viven en condiciones que muchos describen como un campo de concentración. Esta realidad ha sido ignorada por gran parte de la comunidad internacional, que parece desinteresada en la protección de los derechos humanos de los palestinos.
La falta de respuesta ante las atrocidades cometidas en Gaza es desconcertante. A pesar de que numerosos líderes y organizaciones internacionales deberían alzar su voz en defensa de la legalidad y los derechos humanos, el silencio es ensordecedor. La comunidad internacional observa cómo los palestinos son exterminados lentamente por el hambre y la violencia, un crimen de guerra que se perpetúa día tras día. Si cualquier otro gobierno, con excepción de aquellos que han respaldado a Israel, cometiera una fracción de estos abusos, sería objeto de sanciones severas y condenas globales. Sin embargo, Netanyahu y su gobierno continúan operando con impunidad, disfrutando de un estatus que les permite evadir la rendición de cuentas.
La situación actual de Palestina es un recordatorio de otras luchas históricas por la justicia y la dignidad. Los paralelismos son evidentes con los sufrimientos de otros pueblos que han sido oprimidos a lo largo de la historia. Desde los khoi y zulúes en Sudáfrica hasta los nativos americanos en Estados Unidos, la historia está llena de ejemplos de genocidio y limpieza étnica que han sido ignorados o minimizados por la comunidad internacional. La historia de Palestina se inscribe en esta narrativa de resistencia y lucha por la dignidad humana, donde la soledad del pueblo palestino se siente más aguda que nunca.
A medida que el conflicto se intensifica, es crucial que la comunidad internacional no permanezca en silencio. La falta de acción y la complicidad tácita de muchos países en la perpetuación de esta crisis humanitaria son inaceptables. La historia nos enseña que la justicia no se logra a través del silencio, sino a través de la acción y la solidaridad. La voz de los ciudadanos del Sur global, que comprenden el sufrimiento de Palestina, es vital en este momento. La solidaridad internacional puede ser un poderoso motor de cambio, y es esencial que se escuche y se actúe en consecuencia.
La lucha del pueblo palestino no es solo una cuestión de territorio, sino una lucha por la dignidad, la vida y la justicia. La comunidad internacional debe reconocer que la situación en Palestina es una crisis humanitaria que requiere atención urgente. La historia no debe repetirse, y es responsabilidad de todos nosotros asegurarnos de que la voz de Palestina no se ahogue en el silencio de la indiferencia. La soledad de Palestina es un llamado a la acción, un recordatorio de que la lucha por la justicia es una lucha que nos concierne a todos.