El proceso de elección de un nuevo Papa, conocido como cónclave, ha sido a lo largo de la historia un evento lleno de misterio, rivalidades y, en ocasiones, escándalos. Desde su formalización en 1274, este procedimiento ha sido testigo de momentos críticos que han marcado la historia de la Iglesia Católica. La reciente muerte del Papa Francisco ha reavivado el interés por estos eventos, que no solo son cruciales para la religión, sino que también reflejan las dinámicas de poder en el mundo. A continuación, se presentan algunos de los cónclaves más polémicos que han dejado huella en la historia del Vaticano.
La Larga Batalla de Viterbo
Uno de los cónclaves más prolongados y complicados fue el que tuvo lugar entre 1268 y 1271 en Viterbo, Italia. Tras la muerte del Papa Clemente IV, los cardenales se encontraron en una situación de estancamiento debido a profundas divisiones políticas. El Colegio Cardenalicio estaba dividido entre los carolinos, que apoyaban a un candidato francés, y los gibelinos, que preferían un pontífice vinculado al Sacro Imperio Romano Germánico. Esta división se complicó aún más con la intervención de dos poderosas familias romanas, los Orsini y los Annibaldi, que se alinearon con los diferentes bandos.
A medida que pasaban los meses, la situación se volvió insostenible. La ciudad de Viterbo, que debía sostener a los cardenales y sus séquitos, comenzó a sufrir las consecuencias de la prolongada espera. En un intento por forzar una decisión, las autoridades locales decidieron encerrar a los cardenales en el Palacio Papal, limitando su comida y agua. Incluso se desmontó parte del techo del palacio para exponer a los cardenales a las inclemencias del tiempo, con la esperanza de que esto acelerara la elección.
Finalmente, tras casi tres años de deliberaciones, los cardenales optaron por un compromiso: delegaron la elección a un comité de seis miembros, quienes eligieron a Teobaldo Visconti, un diácono que no estaba presente en el cónclave, ya que se encontraba en Tierra Santa. Visconti aceptó el papado y fue coronado como Gregorio X, quien implementó reformas significativas en el proceso de elección papal, estableciendo normas más estrictas para evitar futuros estancamientos.
El Cónclave Relámpago
En contraste con el cónclave de Viterbo, el cónclave de 1503 se destacó por su rapidez. Tras la muerte del Papa Pío III, cuyo pontificado duró solo unas semanas, los cardenales se reunieron en Roma y completaron el proceso de votación en apenas 10 horas. Este cónclave es conocido como el más corto de la historia de la Iglesia Católica.
Durante esta elección, el cardenal Giuliano della Rovere, un político influyente, fue elegido como el nuevo Papa, adoptando el nombre de Julio II. Su papado, que se extendió de 1503 a 1513, es recordado por su impulso al Renacimiento en Roma, apoyando obras monumentales como la decoración de la Capilla Sixtina por Miguel Ángel y la construcción de la nueva Basílica de San Pedro. La urgencia de restaurar la estabilidad en la Santa Sede fue evidente, y la elección rápida de Julio II reflejó la necesidad de un liderazgo firme en un momento de incertidumbre.
El Gran Cisma de Occidente
Uno de los episodios más complejos en la historia de la Iglesia Católica fue el Gran Cisma de Occidente, que comenzó en 1378 y se extendió por casi 40 años. Este periodo estuvo marcado por la división de la cristiandad entre dos e incluso tres papas, cada uno reclamando ser el legítimo sucesor de San Pedro. La crisis se originó tras la muerte de Gregorio XI, quien había trasladado la sede papal de Aviñón a Roma. En el cónclave de 1378, los cardenales eligieron a Urbano VI, pero su carácter autoritario generó descontento, lo que llevó a un grupo de cardenales a nombrar a un segundo papa, Clemente VII, quien estableció su sede en Aviñón.
Este cisma provocó una crisis de legitimidad que dividió a Europa, con Francia, Escocia y la Península Ibérica apoyando al papa de Aviñón, mientras que Italia, Alemania e Inglaterra respaldaban al papa de Roma. La confusión se extendió hasta 1409, cuando el Concilio de Pisa intentó resolver el problema eligiendo a un tercer papa, Alejandro V, lo que solo atrajo más divisiones. Finalmente, en 1417, el Concilio de Constanza logró restaurar la unidad al deponer a los papas rivales y elegir a Martín V como único pontífice legítimo, estableciendo nuevas reformas en el proceso de elección papal.
La Compra del Papado
El cónclave de 1492, que eligió a Rodrigo Borja como Alejandro VI, estuvo marcado por acusaciones de corrupción y nepotismo. Borja, quien ya ocupaba un puesto destacado en la curia, utilizó su fortuna y conexiones políticas para asegurar el apoyo de los electores, ofreciendo dinero, tierras y cargos eclesiásticos a los cardenales votantes. Su elección fue rápida y consolidó la reputación de los Borgia como una de las familias más influyentes y controvertidas del Renacimiento.
Al llegar al trono papal, Alejandro VI no solo fortaleció el poder de su familia, sino que también impulsó un legado cultural en la Santa Sede, apoyando el auge de la arquitectura y las artes. Su papado es un ejemplo de cómo las intrigas políticas y la corrupción pueden influir en el liderazgo de la Iglesia, un tema que sigue siendo relevante en la actualidad.
El Veto Imperial
El cónclave de 1903 fue notable no solo por la elección de Pío X, sino también por ser la última vez que un monarca católico ejerció el jus exclusivae, o derecho de veto, sobre un candidato papal. El cardenal Mariano Rampolla del Tindaro era el favorito para suceder a León XIII, pero su candidatura fue vetada por el emperador Francisco José I de Austria. Este veto, aunque no declarado oficialmente, se debió a la percepción de que Rampolla era demasiado cercano a Francia y Rusia.
Ante este veto, los cardenales eligieron a Giuseppe Melchiorre Sarto, quien asumió el papado como Pío X. Una de sus primeras medidas fue abolir el derecho de veto mediante la constitución apostólica Commissum nobis, garantizando que ningún poder secular pudiera interferir nuevamente en la elección papal. Este cambio marcó un hito en la historia del cónclave, asegurando la independencia del proceso de elección papal frente a influencias externas.
A medida que se aproxima el próximo cónclave, la historia de estos eventos pasados resuena con fuerza, recordando que la elección de un nuevo Papa no es solo un asunto religioso, sino también un reflejo de las complejas dinámicas de poder que han existido a lo largo de los siglos.