El 19 de septiembre de 1985, la Ciudad de México fue sacudida por un devastador terremoto de 8.1 grados en la escala de Richter. Este evento no solo dejó una huella imborrable en la historia del país, sino que también afectó de manera significativa a la Selección Mexicana de fútbol, que en ese momento se encontraba en el aeropuerto, preparándose para un viaje a Estados Unidos. La historia de cómo los jugadores vivieron ese día trágico es un relato de caos, confusión y la lucha por mantener la calma en medio de la adversidad.
La Selección Mexicana, conocida como el Tricolor, tenía programados dos amistosos en Estados Unidos como parte de su preparación para el Mundial de 1986, que se llevaría a cabo en su propio país. Sin embargo, el destino les tenía preparado un giro inesperado. A las 7:19 horas, mientras los jugadores se dirigían al aeropuerto, la tierra comenzó a temblar. Luis Flores, un destacado delantero del equipo, recuerda vívidamente el momento: «Iba por el puente y sentí el ‘jalón’, el movimiento, no supe lo que pasaba. Llegué en cinco minutos». Esta experiencia inicial fue solo el comienzo de una serie de eventos que marcarían a los jugadores para siempre.
Una vez que el equipo aterrizó en Los Ángeles, la realidad del desastre comenzó a hacerse evidente. «Vimos la televisión, nos dimos cuenta. Tratamos de hablar a casa, pero no había forma», relata Flores. La confusión reinaba, y la información sobre la magnitud de la tragedia en su país era escasa. Sin embargo, lo que más impactó a los jugadores fue la noticia de que algunos de sus seres queridos habían sido afectados. Por ejemplo, un familiar de Fernando Quirarte, otro miembro del equipo, falleció en el desastre. La angustia y la preocupación por sus familias se convirtieron en una carga emocional que los jugadores debieron llevar consigo durante su estancia en Estados Unidos.
### La Reacción del Equipo y la Desinformación
La desinformación también jugó un papel crucial en la experiencia del equipo. Un directivo que viajaba con la selección actuó de manera irresponsable, asegurando a los jugadores que sus familias estaban bien, cuando en realidad la situación era mucho más grave. Flores recuerda: «No voy a decir su nombre, pero fue vil. Dijo que ya había hablado con las familias, que todo estaba bien. Fue una mentira, un acto vil». Este tipo de desinformación solo aumentó la angustia de los jugadores, quienes se encontraban lejos de casa en un momento de crisis.
El impacto emocional del terremoto no solo afectó a los jugadores, sino también a todo el cuerpo técnico y a los directivos que acompañaban al equipo. La sensación de impotencia y la incapacidad de comunicarse con sus seres queridos crearon un ambiente de tensión y ansiedad. A pesar de la adversidad, el equipo decidió continuar con su viaje y cumplir con los compromisos deportivos, aunque la tragedia en su país siempre pesaba en sus corazones.
A medida que pasaban los días, la magnitud del desastre se hacía más evidente. Las imágenes de la devastación en México comenzaron a circular por los medios de comunicación, y los jugadores se sintieron cada vez más desconectados de su hogar. La Selección Mexicana, que se preparaba para ser anfitriona del Mundial, se encontró en una situación en la que el fútbol parecía insignificante en comparación con el sufrimiento de su país.
### La Resiliencia del Tricolor
A pesar de las circunstancias, la Selección Mexicana mostró una notable resiliencia. Los jugadores, aunque profundamente afectados por la tragedia, se unieron como equipo y decidieron que debían honrar a aquellos que habían perdido la vida en el terremoto. En lugar de dejarse vencer por la tristeza, optaron por canalizar su dolor en el campo de juego. Este espíritu de lucha se convirtió en un símbolo de esperanza para muchos mexicanos que enfrentaban la devastación en sus comunidades.
El regreso a México fue un momento agridulce para el equipo. Al llegar, se encontraron con un país en ruinas, pero también con una nación unida en su dolor y en su deseo de reconstrucción. La Selección Mexicana se convirtió en un símbolo de resiliencia y unidad, y su participación en el Mundial de 1986 adquirió un significado aún más profundo. Los jugadores no solo representaban a su país en el ámbito deportivo, sino que también llevaban consigo la carga emocional de una tragedia nacional.
El Mundial de 1986 se convirtió en un evento histórico no solo por el fútbol, sino también por la forma en que el país se unió en torno a su selección. La Selección Mexicana, impulsada por el deseo de honrar a las víctimas del terremoto, logró avanzar hasta los cuartos de final, un logro que fue celebrado como un triunfo no solo deportivo, sino también como un acto de resistencia ante la adversidad.
La historia del terremoto de 1985 y su impacto en la Selección Mexicana es un recordatorio de la fragilidad de la vida y de la capacidad del ser humano para encontrar la fuerza en los momentos más oscuros. A través del fútbol, los jugadores no solo encontraron una forma de escapar de la tragedia, sino que también se convirtieron en portadores de un mensaje de esperanza y unidad para todo un país que se levantaba de las cenizas. La experiencia vivida por el Tricolor en ese fatídico día sigue siendo un capítulo importante en la historia del fútbol mexicano y un testimonio del espíritu indomable de su gente.