La historia del fútbol mexicano está llena de momentos memorables, pero pocos son tan impactantes como los eventos que rodearon la Copa del Mundo de 1986. En un contexto marcado por la tragedia, la selección mexicana se preparaba para el torneo más importante del deporte, mientras el país enfrentaba las secuelas de un devastador terremoto. Luis Flores, un destacado delantero que formó parte de aquel equipo, comparte sus recuerdos de esos días difíciles y la incertidumbre que reinaba en los entrenamientos.
El sismo de 1985, que azotó a México el 19 de septiembre, dejó una huella imborrable en la memoria colectiva del país. La Ciudad de México, que iba a ser el corazón del Mundial, se encontraba en ruinas. Los estadios, hoteles y la infraestructura necesaria para albergar el evento estaban dañados, lo que generó dudas sobre la viabilidad del torneo. Flores recuerda cómo, a pesar de la tragedia, el equipo intentaba mantener la concentración: “Tratábamos de concentrarnos, adaptarnos al caos. Todo lo que ocurría lo veíamos por televisión. Los edificios derrumbados, la gente que fallecía. Nosotros tratábamos de concentrarnos en el Mundial”.
La preparación del equipo mexicano se desarrolló en el Centro de Capacitación, donde los jugadores se enfrentaron a un ambiente tenso y lleno de incertidumbre. A pesar de los rumores sobre la posible suspensión del Mundial, nadie del cuerpo directivo se acercó a los jugadores para abordar el tema. “Nadie nos dijo, nunca, que el Mundial se podría suspender, aplazar, nadie nos dijo nada. Eso sí, había muchos rumores en el ambiente, pero ningún directivo se nos acercó para hablar al respecto. Nosotros seguimos en lo nuestro”, rememora Flores, quien había comenzado su carrera en los Pumas de la UNAM.
### La Resiliencia de un Equipo
A medida que se acercaba la fecha del Mundial, el equipo mexicano tuvo que lidiar con la presión emocional que generaba la tragedia. Los entrenamientos se tornaron más pesados, y la preocupación por el bienestar de sus compatriotas se hacía cada vez más presente. Sin embargo, la resiliencia del equipo fue notable. A pesar de las adversidades, los jugadores se unieron en torno a un objetivo común: representar a su país en el escenario más grande del fútbol mundial.
Flores recuerda que, a pesar de la tristeza que se sentía en el ambiente, había una determinación palpable entre los jugadores. “El tiempo trató de curar las heridas, pero al principio era difícil. Todos los días las noticias eran las mismas: muertos, desaparecidos, damnificados. Tanto que después se volvió como una costumbre oírlo, se volvió algo muy normal escuchar eso”, reflexiona el delantero.
El Estadio Azteca, que iba a ser el escenario de la inauguración y clausura del Mundial, se convirtió en un símbolo de esperanza para el país. A pesar de las circunstancias, el evento se llevó a cabo, y México se convirtió en el primer país en organizar un Mundial por segunda vez. La selección mexicana, impulsada por el deseo de honrar a aquellos que sufrieron a causa del terremoto, logró avanzar hasta los cuartos de final, donde fue eliminada por Alemania en una tanda de penales. A pesar de la derrota, el equipo dejó una huella imborrable en la historia del fútbol.
### La Importancia de la Memoria Colectiva
El relato de Luis Flores no solo es una historia personal, sino que también refleja la importancia de la memoria colectiva en un país que ha enfrentado numerosas adversidades. La capacidad de un pueblo para unirse en tiempos de crisis es un testimonio de su fortaleza. La Copa del Mundo de 1986 no solo fue un evento deportivo, sino también un momento de catarsis para la nación mexicana, que encontró en el fútbol una vía de escape y una forma de sanar.
La historia de la selección mexicana en 1986 es un recordatorio de que el deporte puede ser un poderoso agente de cambio y esperanza. A través de los años, el fútbol ha servido como un medio para unir a las comunidades y fomentar un sentido de identidad nacional. En el caso de México, el Mundial de 1986 se convirtió en un símbolo de resiliencia y unidad, un momento en el que el país se levantó de las cenizas para mostrar al mundo su espíritu indomable.
Luis Flores, junto a sus compañeros, no solo jugó al fútbol; también se convirtió en un embajador de la esperanza para un país que necesitaba sanar. La historia de aquel Mundial sigue viva en la memoria de quienes lo vivieron, y su legado perdura en cada rincón de México. Hoy, más de tres décadas después, el eco de aquellos días resuena en el corazón de los aficionados al fútbol, recordando que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay espacio para la esperanza y la unidad.