El 9 de mayo de 2025, Rusia conmemoró el 80 aniversario del Día de la Victoria, un evento que marca la rendición incondicional de la Alemania nazi ante el Ejército Rojo, poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa. Esta celebración no solo es un recordatorio del sacrificio y la lucha de millones, sino también una oportunidad para reflexionar sobre la narrativa histórica que ha prevalecido en Occidente y su impacto en las relaciones internacionales actuales.
La conmemoración del Día de la Victoria es uno de los eventos más significativos en el calendario cívico ruso. Este año, el presidente Vladimir Putin utilizó la ocasión para demostrar que, a pesar de los intentos de aislamiento por parte de Occidente tras la invasión a Ucrania, Rusia sigue manteniendo relaciones sólidas con otros países, destacando su cercanía con China. La presencia del presidente Xi Jinping en la ceremonia simboliza una alianza que, según Putin, se encuentra en su mejor momento histórico. Este acto no solo es un homenaje a los caídos en la guerra, sino también una reafirmación del papel crucial que jugaron la Unión Soviética y China en la derrota del fascismo.
A lo largo de los años, la narrativa occidental ha tendido a minimizar el papel de la Unión Soviética en la victoria sobre el nazismo, presentando la intervención de Estados Unidos y sus aliados como el punto de inflexión decisivo. Sin embargo, la realidad es que el ejército alemán ya estaba debilitado cuando las fuerzas aliadas desembarcaron en Normandía en 1944. En ese momento, las tropas soviéticas habían estado luchando durante años, enfrentándose a un enemigo que había sufrido enormes bajas en el frente oriental. Los números son impactantes: más de 32 millones de soviéticos perdieron la vida, en su mayoría civiles, bajo el brutal régimen nazi que buscaba exterminar a los pueblos eslavos.
La historia también revela que las segundas mayores víctimas de la guerra fueron los chinos, quienes sufrieron a manos del fascismo japonés, con millones de muertos en campos de exterminio y batallas. En contraste, las bajas de los países occidentales fueron significativamente menores. Este contexto histórico es fundamental para entender la reivindicación de Rusia y China en el escenario internacional, así como la necesidad de rescatar la verdad sobre el papel que jugaron en la derrota del fascismo.
La conmemoración del Día de la Victoria también pone de relieve la complejidad de las relaciones internacionales actuales. Mientras Rusia celebra su historia y su papel en la Segunda Guerra Mundial, algunos países occidentales han optado por utilizar esta fecha para intensificar sus críticas hacia Moscú. La creación de un tribunal especial para juzgar a Rusia y el anuncio de nuevas sanciones son ejemplos de cómo la historia puede ser utilizada como un arma en la política contemporánea. Esta dinámica refleja no solo la tensión geopolítica actual, sino también la lucha por el control de la narrativa histórica.
La historia de la Segunda Guerra Mundial es un campo de batalla en sí mismo, donde las interpretaciones y las versiones de los hechos pueden ser manipuladas para servir a intereses políticos. En este sentido, es crucial reconocer el sacrificio de aquellos que lucharon contra el fascismo y la importancia de una memoria histórica que no se limite a una sola perspectiva. La narrativa de la guerra debe incluir las voces de todos los que sufrieron y lucharon, no solo de aquellos que emergieron como vencedores en el contexto de la Guerra Fría.
La celebración del Día de la Victoria también invita a una reflexión más profunda sobre el significado de la paz y la lucha contra el extremismo en todas sus formas. En un mundo donde los conflictos continúan y las tensiones geopolíticas se intensifican, es esencial recordar las lecciones del pasado. La historia no debe ser olvidada ni manipulada; debe ser un faro que guíe a las naciones hacia un futuro más pacífico y colaborativo.
En este contexto, el Día de la Victoria se convierte en un símbolo no solo de la derrota del fascismo, sino también de la necesidad de construir un mundo donde la paz, la justicia y el respeto por los derechos humanos sean la norma. La historia debe ser un recordatorio constante de los peligros del extremismo y la importancia de la cooperación internacional para prevenir futuros conflictos. Así, el legado de aquellos que lucharon en la Segunda Guerra Mundial puede ser honrado no solo en ceremonias, sino también en acciones concretas que promuevan la paz y la comprensión entre las naciones.