Cada 1 de octubre se celebra el Día Internacional de la Hepatitis C, una fecha que busca crear conciencia sobre esta infección que, a pesar de ser curable, afecta a millones de personas en todo el mundo. La hepatitis C es causada por el virus de la hepatitis C (VHC) y se caracteriza por su capacidad para permanecer asintomática durante décadas, lo que puede llevar a complicaciones graves como cirrosis y cáncer de hígado. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, aproximadamente 58 millones de personas padecen esta enfermedad a nivel global. La naturaleza silenciosa de la hepatitis C ha llevado a que muchas personas portadoras del virus desconozcan su condición, lo que contribuye a la propagación inadvertida de la infección y al desarrollo de complicaciones hepáticas avanzadas antes del diagnóstico.
**Mecanismos de Transmisión y Factores de Riesgo**
El virus de la hepatitis C se transmite principalmente a través del contacto directo con sangre infectada. Las transfusiones sanguíneas sin cribado adecuado y el uso de agujas contaminadas son las vías más comunes de contagio. Las personas que recibieron transfusiones antes de 1992, año en que se implementaron pruebas de detección sistemática, constituyen un grupo de riesgo importante. Además, el uso de drogas intravenosas, incluso en una sola ocasión, representa actualmente el principal factor de riesgo en muchos países. Otras vías de transmisión incluyen procedimientos médicos realizados con material no esterilizado, así como tatuajes o piercings realizados en condiciones no higiénicas. Aunque menos frecuentes, la transmisión sexual y la transmisión vertical (de madre a hijo durante el parto) también son posibles.
La hepatitis C evoluciona típicamente en dos fases: aguda y crónica. La fase aguda ocurre durante los primeros seis meses después de la exposición al virus y generalmente pasa desapercibida, ya que rara vez produce síntomas evidentes. Aproximadamente el 15-25% de las personas infectadas logran eliminar el virus espontáneamente durante esta etapa. Sin embargo, el 75-85% desarrolla hepatitis C crónica, donde el virus permanece en el organismo y puede causar inflamación hepática persistente. Sin tratamiento, la hepatitis crónica puede progresar a fibrosis, cirrosis (en 15-30% de los casos después de 20-30 años) y, en algunos casos, carcinoma hepatocelular, un tipo de cáncer de hígado.
**Síntomas, Diagnóstico y Tratamientos Disponibles**
Durante las primeras etapas, la hepatitis C suele ser asintomática o presentar síntomas inespecíficos como fatiga, malestar general y dolor abdominal leve, que fácilmente se pueden atribuir a otras causas. A medida que la enfermedad avanza hacia la cirrosis, pueden aparecer signos más evidentes como ictericia (coloración amarillenta de piel y ojos), ascitis (acumulación de líquido en el abdomen), confusión mental y tendencia al sangrado. Las complicaciones más graves incluyen descompensación hepática, que puede requerir un trasplante de hígado, y el desarrollo de cáncer hepático, que es responsable de una significativa mortalidad asociada a esta infección.
El diagnóstico de hepatitis C se realiza mediante análisis de sangre específicos que detectan primero la presencia de anticuerpos contra el virus (anti-VHC), lo que indica exposición previa. Si este test resulta positivo, se confirma con una prueba de carga viral (ARN del VHC) para determinar si la infección está activa. Una vez confirmado el diagnóstico, se realizan pruebas adicionales para evaluar el genotipo del virus (existen 7 genotipos principales) y el grado de daño hepático, que puede incluir pruebas de función hepática, elastografía hepática (FibroScan) o biopsia hepática en casos seleccionados.
El tratamiento de la hepatitis C ha experimentado una revolución en la última década con la llegada de los antivirales de acción directa (AAD). Estos medicamentos, administrados por vía oral durante 8-12 semanas, logran tasas de curación superiores al 95% con mínimos efectos secundarios, representando un avance extraordinario frente a los antiguos tratamientos basados en interferón. La curación se define como la ausencia de ARN viral detectable en sangre 12 semanas después de finalizar el tratamiento, lo que se asocia con la resolución de la inflamación hepática, regresión de la fibrosis y una drástica reducción del riesgo de complicaciones hepáticas.
**Prevención de la Hepatitis C**
Aunque no existe una vacuna contra la hepatitis C, la prevención se centra en evitar la exposición al virus mediante prácticas seguras en el manejo de sangre y fluidos corporales. Las recomendaciones incluyen no compartir agujas, jeringas u otros elementos para el consumo de drogas; asegurar la esterilización adecuada del material médico y de los establecimientos donde se realizan tatuajes y piercings; y usar preservativos en relaciones sexuales de riesgo. Las personas con factores de riesgo deben realizarse pruebas de detección, ya que el diagnóstico precoz permite iniciar el tratamiento antes de que se desarrollen complicaciones irreversibles. La educación y la concienciación son herramientas clave para combatir la hepatitis C y reducir su impacto en la salud pública.